viernes, 23 de noviembre de 2007

Su Visión del Mundo

Salió de su casa temprano, no tenía ganas de compartir el desayuno. En realidad nunca tenía ganas. Prefería estar en cualquier lado antes que quedarse en su casa y tener que soportar los mismos cuestionamientos de siempre.

Subió a su coche y se dirigió a su trabajo, donde si lo trataban como corresponde, como se merece un hombre de importancia. Lo que no podía lograr en su hogar, lo conseguía sin esfuerzo. Porque a gente de su alcurnia obtenida a fuerza de maximización de recursos y delegación de las responsabilidades familiares, se lo respeta. Al menos en este lado del Universo.

Sentado en su vehículo de lujo, con sus vidrios más negros que los neumáticos, esperaba a que el semáforo le diera permiso para cruzar esa avenida donde chicos que venden cuadernos pretenden interrumpir la tranquilidad del acondicionador de aire y música new age. Ahí estaba, solo pensando en qué iba a hacer para que pase rápido el día.

Es que la rutina lo agobiaba. Sabía a que hora llegaba a su empleo; cuánto tardaban en traerle su cortado con 3 de grasa; a la hora en que se iniciaban esas reuniones vacías de contenidos, simplemente para justificar los salarios de quienes participaban de ellas. Daba lo mismo que estuviera él o su mascota, el resultado iba ser igual. Un acta que nadie cumplirá. Excepto sus empleados, obviamente, que para no romper con la costumbre, no participaron de la reunión.

El sentido de la vida se le iba agotando más cuando mejores cosas adquiría, ya no le quedaba otra opción que esperar a que salga algo nuevo para ostentar. Ante quién, no importa, lo único que interesa es si lo desean.

Qué tenía que venir a reclamar su mujer si tenía todo lo que una esposa pudiera anhelar. Y sucedió que un día ella empezó a exigirle presencia, tiempo, cosas que evidentemente no se pueden comprar, y que en su concepción obtusa de la satisfacción no tenía clasificación alguna para encuadrarla.

Seguramente se hubiera sentido conforme cuando ya habían comprado la casa. Sin embargo él siguió buscando más como si se tratara de una competencia con su propio ego, el cual a su vez se alimentaba de los logros obtenidos, entrando en un círculo del que nunca pudo salir. Y así entendía la vida, todo y todos tienen un precio, y el que dice que no lo tiene es porque todavía no lo ha encontrado.

La última meta que se propuso, la había cruzado hacía años ya, y como premio lo único que obtuvo fue un pasaje al vació espiritual, el más difícil de llenar. No tenía como justificar ese sentimiento que lo carcomía y corroía por dentro. Se negaba a llamarlo por su nombre. No podía ser que él, justo él que tan bien le iba en la vida tuviera ese sentimiento que se supone deberían de tener sus empleados. No él. Él no podía sentirse así, no podía experimentar aquella ausencia de vida...la infelicidad.

Alrededor del mediodía decidió hacer algo que finalizara con el tedio cotidiano. Le vino de repente, al igual que todos los días, la misma idea. Si, eso iba a hacer. Lo necesitaba, lo pensaba hace meses, lo deseaba con todas sus ganas. O no, no sabía bien a esta altura que deseaba y que no. La sensación de deseo había quedado tan reducida que ya no recordaba cómo era. Todo lo que su mente materialista pudiera imaginar, lo obtenía. Tenía tan poca proyección que sus fantasías se limitaban solo a objetos adquiribles, y así veía al mundo.

Esto tenía que funcionar, si señor, esto le iba a dar una pizca de sal a su vida. O a su día. Bueno, al menos que corte la jornada.

Finalmente, se decidió, levantó el teléfono y llamo a su secretaria.

-Señor, me llamó.
-Si, tomá, andá al kiosco o a la farmacia, donde quieras, y traete una caja de preservativos.
-eeeeehhh, perdón señor, ¿Qué traigo?
-Una caja de preservativos.
-......esteee.....está bien......¿Alguno en particular?
-Sí, el que te resulte más cómodo a vos......

lunes, 12 de noviembre de 2007

Ernesto M.

-En el ascensor no.
-Dale, dejate de joder. ¿Cuál es la diferencia?
-Y,¿si nos ven los vecinos?
-Invitalos a ellos también -dijo Ernesto M., mientras acariciaba uno de los pechos de Valeria-
-Para. Para un poco. Todavía no te saqués la ropa.
-Que payaso estás loco. Si igual me la voy a tener que sacar.
-Y ... ¿Cómo estás? Bien, ¿no?
-Ahora si. Pero te extrañe. ¿Te molesta?
-No, no eso no me molesta. Para nada.
-Estás muy linda. Che, ¿seguro que estás bien?
-Seguro, seguro.
-Sos hermosa, ¿No te casas conmigo, VA-LE-RIA?
-No digas mi nombre, acá no lo saben.
-¿Qué, nos están filmando?
-No, pero nos pueden escuchar.
-No me digas que hay alguiendentro de la habitación...
-Igual, nos pueden escuchar.

Y era cierto porque en la pieza adyacente se oían gritos, ¿eran de placer?
-No te rías, esto es algo serio.
-Pero también, me haces unas caras.
-Y tu hija, ¿Cómo está?
-Mirá qué momento para decírmelo. Cuidado con el forro.
-¿Qué pasa conmigo?

Valeria apenas podía contener la risa.

-¿Tenés miedo de tener otro chico?
-No lo digas, ni en chiste.
-Va a ser pobre, pero se va a divertir.
-No, no digas eso. Además, yo soy aburrida.
-¿Aburrida? Yo me divierto bastante, ¿Te gusta estar conmigo? Dale, mentime un poco loca.
-Estoy bien, ya te dije.
-¡Escuchá! Escuchá ese acorde.
-¿Me hablás en serio? ¿Qué acorde? ¿Estás escuchando esta canción?
-Algo. ¿Te lastimo?
-Ya te dije que no, ¿Vos, te duele?
-No me cargues. ¿No te casás conmigo? No vuelvo a insistir.
-Me haces reír, sos guacho.
-¿No te gusta reírte?
-A veces.
-¿Hoy?
-Hoy, con vos, si.

Pasaron alrededor de cincuenta minutos hasta que Ernesto M. pudiera terminar con la faena. Se sentía muy cómodo con Valeria. Ella se acostó sobre su pecho. Acariciaba su cara, su cuello, su brazo izquierdo. Ernesto M. estaba mejor que nunca. Por un momento sentía paz. Deseaba que ese momento fuera eterno. El sexo lo cansaba, hasta se podía aburrir. Pero ese momento era increíble, quizás porque la relación había sido muy buena.

Pero ahora, haciendo un esfuerzo le dijo:

-¿No te doy mi teléfono?
-No, hum.. ¿no tenés novia?
-No, ya lo sabes.
-No, no entiendo. Es raro; será porque no querés.
-Andate a cagar.

En ese momento comenzó a vestirse. Y esa era la única pregunta que descolocaba a Ernesto M.

-Vení, abrazame, son todas iguales.
-Que loco, pasame la bombacha.
-Ahora, no me das bola. Te sacaste las ganas. No vengo mas.
-Dale que nos pasamos del tiempo.

Bajo solo el ascensor, salió a la calle de mejor humor y prendió un cigarrillo.

Negro como el Petróleo

Y lo vi a Rocinante nadando en Nueva Orleans.

Se lo querian comer unos negros.

Hablaban en ingles en una region que le pertenecia a Mejico. Tambien gritan los tuyos, tambien gritan los suyos y los yuyos que había pisado el caballo.

El presidente yanqui debia estar ocupado con Dulcinea.

Como decia Galeano: "Hoy bush se levanto con ganas de tomar petroleo".

Pero en el sur de su pais, lo único negro eran las personas.

No fue un viento terrorista, ni un torbellino musulman, no fue un Dios Marxista-Leninista ni la union europea.

Por ahí fueron los molinos de viento.